No estoy hablando de un nombre comercial, ni de
mi casa personal, sin embargo la expresión “mi casa” nos da la sensación de un
lugar donde podemos entrar con toda confianza a la hora que deseemos y donde
quizás encontraremos paz, un lugar donde poder descansar y compartir con los
seres que más amamos para los más afortunados, para otros quizá es el lugar
donde solo van a dormir como si fuera un
hotel, ó donde ni siquiera desean llegar porque es el lugar donde se libran las
mas grandes batallas entre la familia. Algunos otros lo ven como el lugar donde
conviven con gente que se ha vuelto extraña
donde de vez en cuando se cruzan palabra entre quienes allí habitan… En fin, podemos
hablar de casas grandes, pequeñas, nuevas, viejas, elegantes, sencillas, etc.
Pero hoy realmente quiero referirnos a la casa de
Dios, lugar donde se supone deberíamos ir regularmente cada semana; algunas
veces lo hacemos con mucho entusiasmo, con gozo, pero otras veces lo hacemos
por obligación o por una costumbre religiosa, lo hacemos como lo haría un
robot, el punto es que éste debe ser un lugar donde podamos ir deleitarnos, a
alabar a Dios con toda libertad y donde también podamos ir a compartir de las
maravillas que Dios ha hecho en nuestras vidas.
Yo los llevaré a mi
santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y
sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa
de oración para todos los pueblos. Isaías 56:7
SU Casa debe ser el lugar donde nuestra alma y
nuestro espíritu se recreen, donde disfrutemos de la deliciosa palabra de Dios,
deberíamos esperar con ansias el estar en esta casa. Lo triste es que hay un
mal concepto al entrar en esa casa, llegamos como invitados pero llegamos a
pedir y demandar como si fuera un lugar de beneficencia, donde se nos “debe”
dar, se nos debe llenar el tanque como en la gasolinera sino muchos murmuran o
se van renegando y contaminando a otros. Mi reflexión es que como hijos de Dios
cambiemos la forma de entrar en el templo, no solo para ir a comer a
alimentarnos allí, la casa de Dios es un lugar para dar gratitud a él, para presentar
sacrificios de alabanza, ofrendas de gratitud en su altar, un lugar de oración
donde no existe discriminación para ninguna raza o nación. Te animo a no dejar
de congregarte y buscar el rostro de Dios.
Una sola
cosa le pido al Señor, y es lo
único que persigo: habitar en la casa del Señor todos
los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor y
recrearme en su templo. Salmos 27:4 (NVI)
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